Por Carlos Perrone
Nuestra condición es diferente de la de los ángeles que se rebelaron en el cielo. Ellos tenían naturalezas puras, impecables, no había en ellos ninguna tendencia al mal. Pero aún así se rebelaron contra Dios en su misma presencia, en medio de la luz radiante de la gloria de Dios. Lo que ellos hicieron es una locura incalificable. Por su propia voluntad corrompieron su naturaleza hasta un punto en que ni Dios puede hacer algo por ellos. Decidieron ir más allá del alcance de la misericordia del Altísimo. No hay salvación posible para ellos.
Nosotros, en cambio, venimos a este mundo con naturalezas maleadas, es decir, arruinadas por el pecado de nuestros antecesores.
Un niño no tiene pecado al nacer. Pero trae una mente arruinada en la que se mezclan tendencias buenas y malas. En los niños pequeños pueden advertirse pronto el egoísmo, la codicia, como también el amor más puro, lleno de ternura y generosidad. No hay dos niños iguales. Difieren entre sí por el tipo y la intensidad de sus propensiones buenas y malas, lo que hace que un niño sea diferente de otro en temperamento y carácter.
La buena educación del niño consiste en fortalecer lo bueno y debilitar lo malo.
El hijo de una prostituta puede tener muchas características buenas. Pero todo lo que lo rodea es vil y lo lleva al mal. Ve cómo su madre vende su cuerpo cada día. No sabe quién es su padre, nunca lo ha visto. Cuando alguien lo insulta aludiendo a la circunstancias de su nacimiento él siente que el corazón se le hace pedazos. Este niño, por lo general, se cría con un odio amargo hacia la sociedad y hacia sus progenitores, su conciencia se cauteriza y pierde la noción de la diferencia entre lo bueno y lo malo. Muchos de estos niños se crían en amargura de alma y terminan siendo delincuentes y criminales.
Ocurre a veces que estos niños son quitados del regazo de su madre por la sociedad y dados en adopción a otras madres de vida honesta, consecuente y responsable. Si aquel niño que llegó a ser un criminal hubiese sido adoptado por una buena madre, habría resultado un hombre de bien, responsable, correcto, trabajador. La diferencia la hace la manera cómo fue criado y las enseñanzas recibidas en su niñez.
Hay muchas cosas que pueden arruinar a un niño: Ser un niño no deseado, concebido por su madre soltera que lo considera un estorbo y finalmente criado por la abuela o adoptado por alguna familia en tanto que su madre vive; criarse en un hogar disfuncional, donde padre y madre pelean todo el día en tanto que no se ocupan de él; ser el hijo despreciado entre los de la familia; ser parte de una familia donde imperan los vicios y el desorden moral; y muchas cosas tristes más.
El niño viene a este mundo y tiene que enfrentarse a los tres grandes enemigos de su alma: El mundo que lo rodea, el diablo y la carne (sus propias propensiones heredadas)
El pobre niño, así acosado por esos tres poderosos enemigos, no tiene la fuerza ni la inteligencia para resistir el embate del mal. Si fuera dejado abandonado a sí mismo terminaría siendo un esclavo del mal.
El niño no pidió venir a este mundo. No pudo elegir a sus padres ni el ambiente donde se crió ni la educación que recibió. De pronto toma conciencia de estar en este mundo y acepta su entorno como parte de su vida. Unos niños nacen en una casa real, rodeados de todas las riquezas, lujos y vanidades de un palacio. Otro niño nace en los hielos del norte. Aprende a comer carne cruda y a untarse todo el cuerpo con grasa de foca para luego ponerse un vestido de piel de oso para pasar el invierno. El no sabe lo que es bañarse en una ducha, ni lo que es una sala entibiada por un hogar de leña, ni una cama con sábanas limpias.ni puede ver muchos árboles y flores.
Tampoco pudo elegir la filosofía de vida de sus padres, ni sus ideas ni su religión. Uno nace en el paganismo de la India; otro en una tribu belicosa del Amazonas, otro en una familia musulmana, judía, cristiana, budista, etc. y termina siendo una nueva versión de la vida de sus padres, sólo que en una época posterior y con otras formas según el tiempo en que le toque vivir. Unos nacieron en hogares donde reinaba el amor mutuo y el gozo de estar juntos. Otros en ambientes de amargo odio y corrupción.
Si la vida no fuera más que esto sería no mucho más que una burla del destino, una desgracia de principio a fin. Y eso es lo que parece ser en muchos casos.
La decisión es personal
Con todo, el niño viene a ser el arquitecto de su propio destino. Por bien o por mal, todo lo que hace es el resultado de una decisión personal. Cada ser humano decide su propio camino. En la historia abundan los casos de niños criados en los peores ambientes que luego fueron hombres de valor para la sociedad. Todo lo que hacemos proviene de una decisión personal. Nadie nace para ser criminal ni para ser hombre de bien. Cada uno decide lo que quiere ser.
Mi padre fumaba mucho, y el tabaco es una de las razones por las cuales murió tan joven. Pero yo decidí no fumar, mucho antes de conocer al Señor, y no fumé en toda mi vida. También decidí no beber alcohol y no robar y no mentir.
Ahora bien: Dios conoce muy bien la condición del ser humano. Sabe que un niño nace de un pecador hijo de pecadores. Sabe que el niño no tendrá la sabiduría y la fortaleza para resistir los ataques del mundo, el diablo y la carne. Sabe que si el niño es abandonado a su propio arbitrio se destruirá a sí mismo y a otros.
Por esa razón ideó un plan para salvar a hombre de su irremediable desgracia. Le envió un Redentor que, a costa de su propia vida lo sacara de esa condición desesperada. Su Espíritu está sobre nosotros día y noche animándonos a seguir por la senda de la vida.
El hecho de que tengamos graves crisis espirituales y emocionales es evidencia de que hay un Poder que está luchando por nosotros y trata de ayudarnos para que encaminemos nuestra vida por senderos de paz y dicha. Pero ese gran Poder no puede ayudarnos a menos que nosotros aceptemos su ayuda.