Puedo verlo vagamente
bajo el manto de niebla y lluvia,
agitado por el viento del invierno.
Es el océano Pacífico:
sí, el viejo anhelo de mi vida.
.
Estuve en Santiago de Chile,
y en Temuco.
Crucé los Andes imponentes.
Vi el Aconcagua, las nieves eternas
y los lagos cristalinos de la altura,
pero no pude ver el mar.
.
Andando los años
llegué a las costas del norte,
pude tocar y probar sus aguas,
pero un grupo de islas
me impedía contemplar su majestad.
.
Viejo ya,
con los ojos cansados
y el cuerpo vencido
estoy ahora frente a él.
Conmovido de dolor,
y de esperanza.
.
No puedo tocar sus aguas,
ni sentir en mi rostro el salpicar de su espuma,
ni el vaivén de sus ondas en mis pies sobre la arena.
¡Pero lo tengo allí, delante de mí!
.
Desde la ventana veo sus olas
rompiendo rumorosamente en las arenas.
Su rumor es lleno, solemne, sereno y poderoso,
como el latido de su corazón inmenso.
.
Oh mar, mi anhelado Pacífico.
Te veo sufrido y fiel.
bajo el ímpetu inclemente
del viento helado:
el viento del odio
y de la pasión humana.
.
Tus aguas suben dulces al cielo
y vuelven amargas a tu seno
después de recorrer la tierra.
Se hinchó un día tu vientre
por la maldad de los hombres
al romperse de dolor,
las fuentes del abismo.
.
Tú. gigante paciente y pacífico.
Con tu vientre hinchado
y tus aguas amargas,
batido por los vientos.
Muy pronto terminará tu dolor.
Los vientos ya no te agitarán
ni te cubrirá la niebla.
Tu vientre hinchado no será más
ni la amargura de la tierra aumentará tu pena.
.
Y aquel día será glorioso.
Y yo navegaré tus aguas.
Y seré tu amigo.
Y nada podrá entonces
ocultarte de mí.
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