La Idea Central del Sermón

El predicador novel, que no ha tenido una preparación formal en Homilética, tiende a cometer dos errores muy comunes:

a. En su entusiasmo quiere decir todo lo que sabe.

b. Organiza la secuencia de sus ideas conforme a la manera como él las ha ido recibiendo y las siente y no de acuerdo a un método didáctico apropiado para que el oyente entienda.

Estas situaciones tienen una raíz común: No tiene un tema definido del cual hablar. Quiere decirlo todo. Se mueve por impresiones personales y no por el peso de la verdad. Sale de cualquier parte y no llega a ninguna parte.

Mi propia experiencia

Al parecer, aun algunos predicadores no han llegado a captar el principio didáctico de definir un tema y presentarlo de manera clara y ordenada.

Esta fue mi experiencia en mis primeros años de adventista.

Tomé por primera vez un curso de homilética en el seminario. El libro de texto era “El Sermón Eficaz” de James Crane, otrora profesor de homilética en el seminario bautista en México.

Me encontré de pronto con una idea de la preparación de un sermón totalmente diferente de la que había tenido hasta entonces.

Anteriormente solía hacer largos rodeos para llegar al tema central. James Crane me decía que después de una corta introducción debía ir de lleno al tema. Más aún, me enseñaba que debía presentar la idea central de mi tema en una corta proposición al comienzo del sermón la que de alguna manera también expresaba la conclusión antes de haber entrado en tema.

Mis sermones eran una especie de espiral que comenzaba haciendo un amplio rodeo y que se iba acercando al centro vuelta tras vuelta donde estaba la idea central. Imaginaba la idea central como una cúspide a la que se llegaba después de un largo ascenso por la ladera de la montaña. Cuando finalmente llegaba a la idea central, ya se me había ido casi todo el tiempo del sermón.

El método del libro era exactamente lo opuesto. La idea central era el comienzo del sermón. Y en el desarrollo del tema el predicador, en lugar de recorrer una espiral, recorría sucesivas órbitas elípticas en uno de cuyos focos estaba siempre la idea central, y en el otro foco un aspecto particular de esa idea central que era necesario destacar.

Las órbitas elípticas no debían ser muchas. Lo más común es usar sólo tres de ellas. Las imagino con uno de sus focos en la idea central y extendiéndose hacia afuera. En un sermón equilibrado y bien construido las tres elipses serían iguales y sus ejes mayores formarían un ángulo de 120 grados entre sí.

Esta ilustración geométrica del sermón es mía. Puede parecer que no ilustra nada en este momento, Pero más adelante nos ayudará mucho.

Los conceptos que enseñaba el libro volaron la tapa de mis sesos. No lograba entenderlos. Tanta fue la presión que generaron en mí que ya no pude mantenerme al paso con la clase y la abandoné. Me tomó un año entero reconciliarme con estas ideas tan nuevas para mí. Al año siguiente cuando volví a la clase ya tenía el asunto lo suficientemente claro como para volver a empezar. Tuve que pasar por una crisis mental penosa hasta experimentar una suerte de conversión respecto de un asunto tan simple.

Preparar un sermón de esta manera requiere más trabajo y estudio. Es mucho más fácil parlotear de lo que a uno le flota en la mente, que someterse a la discipina de estudiar e investigar. Pero tiene gran beneficio para el oyente y para el predicador mismo.

Finalmente aprobé el curso de Homilética. Los conceptos aprendidos me fueron útiles toda la vida y no sólo en la predicación, sino también en la escritura de ensayos, monografías y diversos artículos. Y aún llegaron a constituir una manera de ordenar las ideas en mi mente respecto de cualquier tema que llegara a mi consideración.

Restringir para ampliar

La definición del tema de un sermón no es asunto de acumular sino de descartar.

He visto por allí sermones que no llevan un orden conveniente, sino que son una colección de pedazos de otros sermones, pasajes bíblicos y citas de diversos autores. En otras palabras, se parecen a un “collage” con parches de todos colores. La idea de acumular es infantil. La idea de descartar revela madurez.

En el proceso de definir el tema de un sermón no necesitamos añadir material, sino más bien quitar, reducir, recortar, podar, hasta llegar a una gema preciosa: La propuesta o proposición del sermón. Es una verdad importante expresada en pocas y claras palabras.

Se atribuyen a Michelangelo Buonarroti las siguientes palabras: “¿Cómo puedo hacer una escultura? Simplemente retirando del bloque de mármol todo lo que no es necesario”.

El predicador que tiene clara su proposición ya tiene la mitad de su sermón; de un sermón eficaz.

Un proceso práctico sugerente

Este proceso consiste en ir por etapas de lo complejo a lo simple.

1a Etapa: Escoger un Tema General

Al considerar en oración las necesidades espirituales de tu congregación puedes definir un área general dentro de la cual estaría tu tema. Por ejemplo: percibes que hay discordias y diferencias entre los hermanos. Deseas predicar acerca de la unidad cristiana. Ya tienes tu tema general: La Unidad Cristiana.

2a Etapa: Buscar un texto bíblico que parezca responder al tema general.

Toma tu Biblia, tu concordancia o tu computadora, lee libros sobre el tema. Con esto crearás en tu mente y en tu espíritu una atmósfera propicia para el trabajo que sigue.

Ahora recorre tu Biblia y toma nota de todos los pasajes que parezcan arrojar luz sobre el tema central.

A esta parte del proceso podríamos calificarla como “abarcar mucho y apretar poco”.

3a Etapa: Escoger y Profundizar el texto.

Después de haber leído abundantemente y haber coleccionado una cantidad de textos bíblicos, escoge el que parezca responder mejor a tu propósito. Esto es: el que tenga un mensaje apropiado para cubrir la necesidad de la congregación.

Aquí puedo sugerirte un método que a mí me ayuda mucho.

En un trozo de papel o en la pantalla de tu computadora traza una tabla a dos columnas y varias filas horizontales.

Escribe tu pasaje bíblico en la columna de la izquierda a razón de un versículo por fila.

Luego recorre el pasaje bíblico desde arriba hacia abajo anotando toda idea que te venga a la mente en la columna de la derecha en la celda que corresponda con el versículo.

Si has hecho tu tabla en un hoja de papel, asegúrate de que las filas horizontales sean lo suficientemente altas como para que quepan tus comentarios.

Insiste en este estudio una y otra vez escribiendo siempre tus comentarios en la celda de la derecha. No necesitas hacerlo todo de una vez. Sin duda te ayudará dejar descansar el texto durante la noche y volver a su estudio al día siguiente, con la mente fresca.

Cuando sientes que el texto te es claro; cuando lo has hecho tuyo; notarás que se desprenden muchas ideas de él, las que podrían ser el tema de otros tantos sermones.

Al llegar a este punto deja de lado toda idea previa o preconcebida. Olvídate de lo que imaginabas que el sermón podría ser. Pon a un lado esa ilustración o ese relato que pensabas usar en él. No quieras que el texto exprese tu idea, sino deja que el texto te guíe para descubrir la idea de Dios. Tú no querrás explicar tus ideas personales con la Biblia, sino que dejarás que la Biblia explique las ideas de Dios.

Para lograr esto se requiere muerte al yo y una entrega total a Dios para escuchar y entender su voz. Toda idea que podrías haber tenido acerca de tu sermón debe morir aquí a fin de que el sermón de Dios brote radiante de entre las páginas de la Biblia.

A esta parte del proceso podemos calificarla como “abarcar poco y apretar mucho”.

4a Etapa: Formular la idea central en una corta frase: la proposición

Puedes hallar tu idea central entre los comentarios que anotaste en la columna de la derecha. Escoge una que parezca explicar mejor que las otras la verdad que quieres presentar. Suele ocurrir que esa idea está expresada muy bien dentro del texto bíblico mismo.

Por ejemplo: El texto que has elegido es Efesios 4:3-6 :

1 Yo pues, preso en el Señor, os ruego que andéis como es digno de la vocación con que fuisteis llamados,

2 con toda humildad y mansedumbre, soportándoos con paciencia los unos a los otros en amor,

3 solícitos en guardar la unidad del Espíritu en el vínculo de la paz;

4 un cuerpo, y un Espíritu, como fuisteis también llamados en una misma esperanza de vuestra vocación;

5 un Señor, una fe, un bautismo,

6 un Dios y Padre de todos, el cual es sobre todos, y por todos, y en todos”.

Escoges como centro de tu mensaje el versículo 3:

solícitos en guardar la unidad del Espíritu en el vínculo de la paz”.

Este versículo no es todavía tu proposición. Del texto se desprenden muchas ideas. Debes precisar tu pensamiento un poco más.

Mira bien el texto: verás que cada palabra puede convertirse en un pivote sobre el cual giren todas las otras ideas del sermón. Por ejemplo: solícitos; guardar; unidad; Espíritu; vínculo; paz.

Solícitos” Si esta palabra está en el centro de la idea, tu tema expresará la necesidad de ser solícitos o diligentes en el cuidado del don precioso de la unidad.

Guardar” Tiene un énfasis en cuidar y conservar el don de la unidad que tiene la iglesia. Qué debemos hacer para conservar esa preciosa unión.

Espíritu” Señala que nada podemos hacer respecto de la unidad sin el poder del Espíritu. Insistir en la búsqueda de Dios para lograr la unidad que es fruto del Espíritu.

Y así podríamos dar muchos ejemplos más.

Pasamos ahora a la formulación de la idea central. En el ejemplo que sigue usamos la palabra “solicitud” como pivote.

Es necesario que guardemos la unidad del Espíritu con total solicitud

Todo el peso del mensaje cae sobre la palabra “solicitud”. Las demás ideas del texto iluminarán la palabra “solicitud” explicando, por ejemplo, la razón por la cual debemos ser solícitos.

Esta frase breve que expresa en pocas palabras la idea central del sermón es nuestra propuesta o proposición.

Si ya tienes tu proposición, tienes el 50% de tu sermón.

Ahora sí: piensa en una manera clara y lógica de explicar esta verdad. Todas las ideas que añadas a tu sermón tendrán que tener estrecha relación con la idea central. Servirán para ilustrarla y ampliarla.

Existe la práctica de explicar la proposición mediante puntos o declaraciones sucesivas. El predicador dice: En primer lugar. . . en segundo lugar. . . etc. Estos puntos pueden llegar a ser numerosos: 10, 12 o más puntos sucesivos que supuestamente van explicando la idea central.

Esta no es una buena idea. Esa sucesión de puntos podrá estar clara en la mente del predicador, pero difícilmente se haga clara en la mente del oyente sencillo. Este la percibirá como un embrollo de cosas inconexas. Si quieres que tu sermón cumpla con su propósito debes ubicarte en la mente del oyente, no en la tuya.

Lo mejor es dividir el tema en dos o tres partes coherentes y complementarias semejantes a las elipses de las que hablamos antes. James Crane presenta 9 criterios para dividir el tema. Son los siguientes:

-Las causas

-Los efectos

-Las razones

-Los medios

-El significado

-Las preguntas lógicas sugeridas por el tema

-La yuxtaposición de elementos contrastantes o complementarios

-Las sugerencias de una metáfora

-Los aspectos de un asunto

Según Crane, puede haber más criterios para dividir el tema. Estos nueve constituyen una lista de los más usados.

De cómo usar estos criterios nos ocuparemos más adelante en otro artículo.

Al terminar el desarrollo de la idea, habiéndola explicado e ilustrado, deberás introducir un llamado; es decir, una invitación a vivir de acuerdo con la verdad presentada. En este caso: a ser solícitos en guardar el precioso don de la Unidad en el Espíritu.

¿Te parece que esto es demasiado simple y pueril? No te engañes, en la reducción está el secreto para llegar a la gema preciosa de la verdad que la congregación necesita.

Piensa por un momento en la pobreza de Jesús:

2 Corintios 8:9 “Porque ya conocéis la gracia de nuestro Señor Jesucristo, que por amor a vosotros se hizo pobre, siendo rico, para que vosotros con su pobreza fueseis enriquecidos.”

Hay gran sabiduría en reducir, recortar, podar. No hay otra manera de llegar al meollo de la verdad.

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