El Pecado Divide la Iglesia

Es algo que aprendí con la experiencia:

“Toda vez que un miembro de iglesia se aparta de los caminos del Señor para hacer algo malo, la iglesia se divide.”

Esto lo he visto una y otra vez. De modo que mi preocupación no era sólo el alma del miembro extraviado, sino sino que con el tiempo incluyó también las malas consecuencias de su error en el seno de la iglesia.

La división viene porque ante el hecho, unos enfatizan la misericordia y el perdón y otros la justicia retributiva. Unos dicen: “cuidemos del alma,” y otros “cuidemos de la iglesia.” Unos dicen: “¡No es para tanto! y otros: “¡Es una vergüenza!”. Unos reclaman: “Hay que trabajar más por él,” y otros: “Hay que mandarlo al infierno.”

En las reuniones administrativas donde debía votarse el desmembramiento de aquel hermano o hermana, siempre había un buen hermano indignado que se levantaba, rojo su rostro, para decir: “¿Se ha hecho algo por ese hermano?” “¿Se lo ha visitado?”

También estaba aquel otro fiel hermano que se levantaba para decir: “Debemos limpiar la iglesia de toda contaminación de pecado.”

Estas situaciones me resultaban angustiosas en los comienzos de mi ministerio.

Luego cambié de táctica. En lugar de llevar a la reunión administrativa la decisión de la junta directiva, de desglosar a ciertos miembros desviados (por los cuales se había trabajado largo tiempo sin resultados), les decía a los hermanos: “Queridos hermanos, el pastor, la junta de iglesia, los ancianos y los diáconos estamos seriamente preocupados por la condición espiritual de algunos hermanos y hermanas que una vez estuvieron con nosotros, pero que ahora están naufragando en los caminos del mundo. Hemos hecho lo mejor de nuestra parte para traerlos de regreso, pero ellos se han negado. Sabemos, sin embargo, que no lo hemos hecho todo. Mucho más podría hacerse. Pero hasta aquí llegamos y hoy venimos trayendo nuestra preocupación a la iglesia en la confianza de que cada uno de ustedes puede hacer algo más, grande o pequeño, para reanimarlos en la vida espiritual. Deseamos volver a verlos aquí, gozándose en el camino del Señor.”

En otras palabras, yo no iba a imponerles una decisión de la junta, sino a pedirles ayuda por cuando los dirigentes ya no sabían qué más hacer por ellos.

Entonces se levantaba el “cuidador de la iglesia” y decía solemnemente: “Pastor, ya se ha hecho demasiado por Fulano, creo que ya es tiempo de tomar una resolución definitiva.”

Pero el “cuidador del alma” terciaba encendido: “Nunca se hace lo suficiente por un alma. Hay que seguir trabajando.”

Entonces entraba yo y preguntaba:

“Mi querido hermano ‘Cuidador de la Iglesia,’ veo que usted conoce bien el caso del hermano Fulano y lamenta que la iglesia ya no pueda seguir contándolo como miembro. Pienso que usted sería la persona más indicada para hablar con él, de corazón a corazón, y de seguir los pasos indicados por el Señor en Mateo 18. ¿Estaría usted dispuesto a hacer este trabajo y a traer un reporte a la junta de iglesia y a la próxima reunión administrativa? ¿Puedo anotar su nombre en el acta de esta reunión?”

“Mi querido hermano ‘Cuidador del Alma,’ Puedo notar el amor cristiano que liga su corazón al corazón del hermano Fulano. Nadie mejor que usted para llegar al hermano Fulano a fin de expresarle nuestro afecto y cuánto lo extrañamos en la iglesia. ¿Podemos encargarle este trabajo de misericordia? ¿Puedo anotar su nombre en el acta de hoy?”

Después de esto muy pocos hablaban, y si lo hacían era con humildad y deseo de salvar tanto el alma como la iglesia.

En lo personal, y frente a este tipo de situaciones, creo que antes de hablar del error cometido por algún pobre hermano, deberíamos preguntarnos: ¿Qué puedo hacer yo, en términos prácticos para ayudar al hermano Fulano y cuidar de la iglesia al mismo tiempo? Si puedo hacer algo real en beneficio del caso, trataré de hacerlo calladamente.

Si la situación está totalmente fuera de mi control, dejaré el asunto en manos de Dios y confiaré en que el Señor tendrá sus siervos que se ocuparán del caso. No publicaré el asunto ni haré comentarios, ya que el comentar pecados ajenos no es de beneficio para nadie. Se le hace mucho daño a la iglesia cuando se dan a publicidad los pecados de un pobre miembro descarriado. Comentarios de ese tipo, no sólo producen divisiones en la iglesia, sino que dan gloria a Satanás y pueden llegar a ser tentación y lazo para más de un hermano débil.

Lo mejor es dejar el asunto con Dios y hablar de “las virtudes de aquel que nos llamó de las tinieblas a su luz admirable.”

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