La Fe

“Ahora bien, tener fe es estar seguro de lo que se espera;

es estar convencido de lo que no se ve.”

 

Lo que se espera: Algo que todavía no ocurrió. No puedes ir al futuro para ver cómo será. Pero puedes recordar cómo en el correr de tus años te han sobrevenido cosas que no esperabas. Si ves gruesos nubarrones en el cielo piensas que va a llover, y llueve. Pronosticas el tiempo porque es algo que tiene cierto patrón de conducta. ¿Pero qué si pensamos en cosas que jamás han ocurrido en la historia de la humanidad, y sólo ocurrirán un vez? ¿Cómo puedes estar seguro de ellas? 

Lo que no se ve: Algo que está más allá del alcance de nuestra vista. No puedes ver a simple vista el hongo microscópico que llamamos levadura. Pero puedes ver su efecto al leudar la masa. Puedes decir que una masa tiene levadura y otra no, dependiendo de si fermenta o no.

Decimos: “Vi pasar un automóvil por el camino.” ¿Estás convencido que viste un automóvil?

Lo único que viste fue el color de la pintura y la forma de un automóvil. En un automóvil hay miles de piezas de las que no has visto ninguna. Pero el color y la forma son evidencias que te hacen pensar que viste un automóvil aunque no hayas visto todas y cada una de las piezas que lo componen.

¿Pero qué si nos ponemos a pensar en la fuerza y la sabiduría que se percibe detrás de todas las cosas que vemos? ¿Qué sabiduría las hizo? ¿Qué poder las sostiene? ¿Puedes ver algo? ¿Puedes estar convencido de alguna cosa?

Lo que se espera y no se ve  es muchísimo más que lo que ya tenemos y vemos. Todo aquello que no vemos y esperamos le da forma a nuestra vida mucho más intensamente que lo que tenemos y vemos. Bien podríamos decir que somos lo que creemos y esperamos y no lo que tenemos y se ve.

Venimos a este mundo como una página en blanco, y de lo que percibimos con nuestros sentidos vamos formando nuestra propia cosmología. En este proceso están el hambre que nos hace llorar por comida y la incomodidad de los pañales sucios que nos pone inquietos. El niño aprende a diferenciar colores y texturas, sonidos y voces, frío y calor, y llega a percibir el significado de las palabras a medida que sus sentidos se van desarrollando. Al mismo tiempo percibe el calor y la voz de su madre, reconoce su semblante y halla paz en el abrigo de sus brazos.

El niño aprende a ver y a esperar y a confiar en el amor de su madre. Tiene una clara diferenciación entre los brazos maternos y todos los demás brazos. Desde que nace, y aún antes de nacer aprende a distinguir la voz de ella y a desear su calor y su cariño. Pasarán los meses y correrá a sus brazos toda vez que tenga miedo o dolor, y al crecer aprenderá a confiar en Dios así como confió en su madre.

El hombre se encuentra frente a un universo y una naturaleza que le inspiran temor, a causa de las muchas cosas que suceden fuera de su control: El día y la noche; la calma y la tempestad; el terremoto; las olas rugientes del mar; el huracán; las bestias de la tierra; las pestes; el enemigo que acecha. Pero también teme de los designios impenetrables de una voluntad superior que rige el universo; teme de manifestaciones espirituales malignas; sus sueños lo aterran a veces y aún las propias imaginaciones de su corazón.

Con avidez insaciable se lanza a investigarlo todo: estudia la tierra; el agua; el aire; el grano que siembra; el ave que vuela; el volcán que entra en erupción; el sonido de una cuerda tensa; su propio cuerpo; y la lista no tendría fin. El saber más y más del entorno que lo rodea le proporciona seguridad por un lado, si bien por otro lado aumenta en mayor escala su temor al darse cuenta que lo que no sabe es más grande y temible que lo que alguna vez hubiera imaginado.

Felizmente Dios, Nuestro Creador, decidió revelarse a sí mismo. El hombre fue creado por Dios en la misma presencia de su Hacedor. El rostro del Señor fue lo primero que vieron sus ojos. Dios quería que sus hijos vivieran para siempre con él. Pero el pecado hizo separación: “Bien pueden ver que la mano del Señor no está impedida para salvar, ni sus oídos se han agravado para no oír. 2 Son las iniquidades de ustedes las que han creado una división entre ustedes y su Dios. Son sus pecados los que le han llevado a volverles la espalda para no escucharlos.” Isaías 59: 1, 2.

En su olvido de Dios, los hombres crearon sus propios dioses, hechos a la semejanza humana y aún en forma de animales. Se inventaron un más allá donde las cosas ocurren a su gusto. Pero el Dios de toda misericordia no abandonó al hombre a sus locuras. De mil maneras trató de comunicarse con ellos. Finalmente envió a su propio Hijo.

“Dios, que muchas veces y de distintas maneras habló en otros tiempos a nuestros padres por medio de los profetas, 2 en estos días finales nos ha hablado por medio del Hijo, a quien constituyó heredero de todo, y mediante el cual hizo el universo. 3 Él es el resplandor de la gloria de Dios. Es la imagen misma de lo que Dios es. Él es quien sustenta todas las cosas con la palabra de su poder. Después de llevar a cabo la purificación de nuestros pecados por medio de sí mismo, se sentó a la derecha de la Majestad, en las alturas, 4 y ha llegado a ser superior a los ángeles, pues ha recibido un nombre más sublime que el de ellos.” Hebreos 1: 1-4.

“A Dios nadie lo vio jamás; quien lo ha dado a conocer es el Hijo unigénito, que está en el seno del Padre.”  Juan 1:18

La naturaleza es un testimonio del amor de Dios y de su poder y sabiduría infinitos. Pero es incapaz de explicarnos la existencia del mal y el plan de Dios para quitarlo del universo. Se necesita algo más. 

Por eso el Señor se nos reveló a través de su Único Hijo. Cristo atraviesa la muralla de pecado que nos separaba de Dios y nos abre una ventana para que contemplemos al Padre. El mismo es la puerta que conduce al Cielo. El es el Camino, la Verdad y la Vida.

Pero cómo creer en él.  No podemos medir ni pesar a Dios. No podemos tocarlo ni hablar con él cara a cara en nuestra condición caída. Pero podemos sentir su poder dentro de nosotros. Podemos ver sus profecías cumpliéndose al pie de la letra. Podemos sentir su mano que nos guía. Su Palabra lleva en sí misma todas las evidencias de la verdad más pura. Creemos en la Palabra de Dios porque toda ella es luz y nos llena de auténtica sabiduría. Creemos en Dios, por el testimonio de su Hijo Único que pagó el precio de la cruz para salvarnos.

Para creer en Dios no necesitamos de la ciencia ni de la filosofía. El mundo no puede conocer a Dios mediante la sabiduría de los hombres. La fe no se encuentra en los laboratorios ni en las universidades. No necesitamos ser especialmente dotados para tener fe. Creemos en Dios porque él un día llegó a nosotros, nos habló y reconocimos en su voz la voz de nuestro pastor. En él estamos muy seguros de lo que esperamos y muy convencidos de lo que no vemos, porque creemos en su Palabra.

Nota: Los pasajes bíblicos citados en este artículo han sido tomados de la versión Reina Valera Contemporánea de las Escrituras.

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