Como es Digno del Evangelio

Solamente os ruego que os comportéis como es digno del evangelio de Cristo, para que, sea que vaya a veros o que esté ausente, oiga de vosotros que estáis firmes en un mismo espíritu, combatiendo unánimes por la fe del evangelio y sin dejaros intimidar por los que se oponen, que para ellos ciertamente es indicio de perdición, pero para vosotros de salvación; y esto procede de Dios. A vosotros os es concedido a causa de Cristo, no sólo que creáis en él, sino también que padezcáis por él, teniendo el mismo conflicto que habéis visto en mí y ahora oís que hay en mí.” (Filipenses 1: 27-30.)

El apóstol había predicado el Evangelio con ardor, teniendo en mayor estima la salvación de otros que el cuidado de su propia vida. Ahora le tocaba padecer prisión por causa de su testimonio por Cristo. Los incrédulos veían en el Evangelio un camino de perdición, y la prisión de Pablo parecía confirmar su afirmación. Pero Pablo veía en el Evangelio un camino de salvación provisto por Dios mismo, y en su prisión una manera de ensanchar su obra haciendo que otros se atrevieran a hablar la Palabra sin temor.

La conducta y las palabras del anciano apóstol nos hablan de su indómito valor en Cristo. Ser cristiano no es ser mojigato, ni débil, ni cobarde. No es meramente comportarse como “un niño bueno.” Las virtudes pasivas deben complementarse con las activas. Moisés fue señalado en la Escritura como un hombre “manso.” Pero su mansedumbre fue complementada con su valor al presentarse ante Faraón, al enfrentar a los amalecitas y al ejecutar en Israel los juicios ordenados por Dios. El Señor Jesús se describe a sí mismo como “manso y humilde,” al par que muere voluntariamente en la cruz por nosotros con una oración en los labios.

Al escribirles a los Filipenses que se comporten como es “digno del Evangelio de Cristo,” Pablo no se está refiriendo tanto a las virtudes pasivas del amor y la tolerancia mutuas como al valor que se requiere para exponer la propia vida por amor a los que se pierden. Jesús murió en la cruz por sus enemigos. Muchos de ellos creyeron en él después del sermón de Pedro en el Pentecostés. Muchos cristianos habrían de morir en el circo romano tiempo después por seguir la fe de Jesús y la enseñanza de Pablo. Pero su sangre multiplicaría la iglesia más y más.

Vivimos en los tiempos cuando “el diablo ha descendido. . . con gran ira, sabiendo que tiene poco tiempo.” Sabemos lo que nos dice la profecía. Nos esperan días difíciles. Algunos seremos llamados a dar testimonio de nuestra fe mediante nuestra sangre. Es del todo excelente que aprendamos a ser honestos, veraces, bien intencionados, amables, ayudadores. Pero si nuestra experiencia religiosa va a constituirse sólo de virtudes pasivas, estaremos perdidos cuando las persecuciones se desaten sobre nosotros. Necesitamos de un valor que prefiera sufrir burlas y castigos, y aún la misma muerte, antes que traicionar la verdad.

¿Cómo desarrollaremos estas virtudes activas de valor y abnegación? Haciendo la obra del apóstol. Amando a los perdidos y trabajando por ellos. No huyendo temerosos del deber, sino poniendo nuestros temores a los pies del Señor y siguiendo con valor hacia adelante. Recordemos a Jacob y su lucha contra el Angel de Jehová: Retroceder habría sido desobedecer a Dios; avanzar era enfrentar la ira de Esaú. Pero decidió avanzar. Pablo fue invitado a abandonar su fe, pero prefirió morir antes que negar a Cristo. Su experiencia de prisionero no era de amargura y desaliento sino de gozo exaltado. Desde esta prisión escribió también las inigualables palabras de amor de la carta a los Efesios.

Nadie aprende a nadar en seco. Para aprender a nadar hay que meterse en el agua. El trabajar por otros dará a nuestro espíritu una amplitud y profundidad de amor y sabiduría que no pueden conseguirse de otra manera. Es en el campo de batalla donde se templa el carácter del buen soldado. Se nos invita a dejar una fe teórica, amanerada, insustancial, para entrar en el verdadero campo de labor del Señor, trabajando por la salvación de otros. Sufriremos amargos chascos y contrariedades. Pasaremos por momentos de gran perplejidad. Seremos traicionados por nuestros propios hermanos. Tendremos que afrontar riesgos de muerte. Pero el Señor estará a nuestro lado y a cada paso veremos su mano abriéndonos camino en medio de enemigos y peligros. Tendremos en nosotros mismos el conflicto que había en Pablo. Pero al igual que Pablo, llegaremos conocer el amor y el poder de nuestro Dios; a tener un visión gloriosa de la esperanza a la que somos llamados y nuestros corazones rebosarán de gozo sublime.

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