Aprende de la experiencia ajena

porque la propia es demasiado cara y siempre llega tarde
¿Para qué sirve la historia si no aprendemos nada de ella? Alguien dijo que el hombre es el único animal que mete dos veces la pata en el mismo hoyo.
La historia nos dice que en el siglo XV la reina Isabel de Castilla se casó con el rey Fernando de Aragón y fundaron el reino de España. Es la misma reina que sostuvo a Cristóbal Colón en su viaje a las Indias yendo hacia el este.
También permitió que el Santo Oficio de la Inquisición echara sus reales en España. Su hijo Felipe murió joven y su nieto Carlos vino a ser Carlos I de España y V de Alemania.
Carlos llegó a reinar sobre tan dilatados territorios en Europa y América que se decía que sobre sus dominios no se ponía el sol.
España llegó a ser cabeza de las naciones y reina de los mares. Su poderío y riquezas superaban toda imaginación.
Pero. . . tanto Isabel como Carlos V y Felipe II, hijo de Carlos, creyeron que para mantener la fuerza y el poder de España era necesario arrojar fuera a todos los que eran considerados como extraños o enemigos.
Así fue como expulsaron a los moros de Granada, el último reducto de la dominación musulmana después de 700 años y muchísima sangre derramada en las guerras por la reconquista. (Interesante es que a poco de arrojar a los moros por el sur, los gitanos entraban por el norte desde Francia).
Hartos de siete siglos de presencia árabe y mahometana en su tierra, quisieron de una vez limpiar a España de todo extranjero indeseable o disidente religioso. Y así comenzó la persecución contra los judíos y los protestantes luteranos que se multiplicaban en el país. Se trató también de exterminar a los gitanos.
Pero, ¿adónde llevó esto a España?: Los judíos que huían se llevaban consigo sus capitales, de los cuales aun los reyes dependían por momentos. Los protestantes no eran otra raza, sino españoles auténticos que tenían el valor y la sabiduría necesarias para apartarse de las creencias populares y seguir las enseñanzas de las Sagradas Escrituras sin mezcla de tradiciones humanas.
Estos protestantes constituían lo más granado de la sociedad de aquellos tiempos: constructores; artistas; artesanos; hombres de sano y profundo saber que huyeron de España y fueron a enriquecer los países que les dieron acogida con sus habilidades, sus altas normas de vida y sus industrias.
Este proceso continuó durante el reinado de Carlos V, de su hijo Felipe II y de todos sus sucesores por siglos. De modo que cuando los hombres de poder y visión eran arrojados fuera, sólo quedaban dentro los supersticiosos y por ende, los ignorantes.
De esta manera, habiendo sido España la primera potencia mundial vino a convertirse en el pariente pobre de Europa. Un largo proceso que se remató con la guerra civil española entre los años 36 y 39 seguida de la dictadura franquista hasta noviembre de 1975.
Durante la dictadura no se le permitía al pueblo hablar públicamente en gallego, vascuence o catalán. Estas lenguas no podían ser enseñadas en las escuelas. Todo debía ser en castellano. Y, por supuesto, los protestantes eran perseguidos y a veces muertos.
En los últimos años las cosas fueron cambiando. Las lenguas proscritas fueron aceptadas y oficializadas y se admitió que iglesias protestantes pudieran operar en el país. Esto dio a España un nuevo comienzo, un despertar, una esperanza. Como si la dura lección de la historia estuviera comenzando a ser entendida.
Estas lecciones del pasado que fueron tergiversadas y mal aplicadas por muchos, sólo pueden comprenderse a la luz de las Escrituras
Lo mismo está ocurriendo ahora con los Estados Unidos. Habiendo nacido de la fe y el valor de los Padres Peregrinos y de los primeros inmigrantes que eran en su mayoría protestantes que huían de las persecuciones en Europa, y habiendo fundado su gobierno en principios de fe, libertad civil y libertad religiosa llegaron a ser un país grande y poderoso. Luego, con el paso del tiempo fueron apartándose de aquellos principios que los llevaron a la cumbre, para seguir en los mismos pasos de España en los tiempos de Isabel, Carlos y Felipe.
Estados Unidos está cometiendo el mismo error de aquéllos y arrojando fuera de su territorio a todos los indeseables según su particular estima. Me cuesta creer lo que veo y oigo. Al parecer, la idea es quitar del país a todo aquel que no sea “verdaderamente americano”. O dicho de otra manera, todo aquel que no sea de origen anglosajón o al menos de tipo caucásico (blanco y rubio).
Tienen a los hispanos en la mira. Pero ignoran voluntariamente que los hispanos de los estados del sur ya estaban allí por decenios y eran parte del Virreinato de México mucho antes de convertirse en estados americanos. Esos hispanos son tan americanos como cualquiera que haya nacido en el país.
En estos días centenares y miles de inmigrantes atemorizados se están cruzando a Canadá en busca de refugio por el temor de ser deportados a sus países de origen de donde huyeron para salvar sus vidas.
El gobierno de Estados Unidos los considera basura, pero, al igual que la España de antaño no se da cuenta que está arrojando fuera gente abnegada, trabajadora, amante de la libertad y que han sido un valioso aporte para el país en muchos sentidos.
Aborrecen a los hispanos por su raza y por su lengua. Pero no echan de ver que muchos de esos humildes hispanos están recogiendo la antorcha del Evangelio que ellos dejaron caer. Después de siglos de superstición e ignorancia se están elevando y capacitando para ser elementos sumamente positivos en la sociedad, y que la falta de ellos sería hondamente sentida y lamentada en muchos círculos.
Tampoco ven que ese pueblo despreciado crece continuamente en número y en influencia en el mundo y que su lengua, que tienen en tan poca estima es la segunda lengua más hablada del mundo después del Mandarín y está creciendo cada día.
A más de esto, al igual que la reina Isabel de España, están quitando todas las garantías constitucionales de igualdad de todos los hombres; de libertad de culto; de libertad civil; y de separación de la iglesia y el estado. Esto equivale a pavimentar el camino para que el “Santo Oficio de la Inquisición”, ahora con otro nombre y bajo una apariencia diferente, persiga y mate a todo disidente y muy especialmente a los que basan su fe en la Palabra de Dios y no en la de los hombres.
La ruina de Estados Unidos es inminente. El derrumbe no tomará siglos como en España. Su economía ya está totalmente carcomida por dentro como una casa invadida por la termita. La deuda externa (muy especialmente con el Vaticano) es sideral e impagable. Y como dice la Escritura: “El que pide prestado es esclavo del que le presta”. Y ese que le presta le está imponiendo sus condiciones y manejando a sus gobernantes como a títeres con hilos que nadie ve, sino sólo los que conocen el mensaje profético de las Escrituras.