Charlatanes Maldicientes

Mis queridos amigos y hermanos: Me duele el corazón cuando veo que aparecen por allí algunos que cuando matan a un siervo de Dios piensan que están prestando servicio al Altísimo.
Por la manera ácida y corrosiva con que se expresan, por su dedo extendido para señalar a otros, por las mentiras que dicen dan testimonio de sí mismos que están muy lejos de estar sirviendo a Dios.
Hace 53 años que estoy en la fe. He pasado de todo, he sufrido de todo, he visto de todo, pero mi fe en la Palabra de Dios jamás flaqueó. Nunca mi dedo se levantó para acusar a un siervo de Dios. No porque los considerara perfectos, sino porque no podía negar que Dios estaba en ellos y obraba por ellos, a pesar de sus flaquezas humanas.
Pero a lo largo de mi medio siglo en la fe he visto y oído detractores de toda clase que no tienen temor de Dios ni respeto por los siervos que El ha enviado y se sienten libres para denigrar, vilipendiar, insultar y si les fuera posible matar a los fieles siervos del Señor.
Tengo dolor por estas almas engañadas. Se imaginan que están proclamando la verdad, cuando en verdad están echando por la boca la pestilente inmundicia que llena sus corazones. Son pobres almas llenas de pecados y vicios, que no pueden con sus sentimientos de culpa y tratan de proyectar su miseria sobre otros.
Si queréis conocer su corazón, poned atención a las acusaciones que lanzan sobre otros. Sus propias maldiciones muestran claramente la miseria que tienen adentro.
No me detengo a discutir con ellos, porque eso sería una falta de respeto a la Palabra de Dios y una mancha sobre la dignidad con que el Señor me ha investido. Pero sí me aflige mucho que algunos hermanos de poco conocimiento o débiles en la fe sean confundidos por estos charlatanes maldicientes.
Con estas acusaciones siempre consiguen adeptos: Otros amargados como ellos. Y así el Señor va atando la cizaña en manojos para la quema.
Pero los hijos de Dios, que tienen el amor de Cristo en sus corazones, se alejarán de ellos para ser llevados en gavillas al granero del Señor.
Busquemos la presencia del Señor para que ni tú ni yo caigamos en semejante ejemplo de desobediencia.