Esclavo de Jesucristo

Pablo y Timoteo, siervos de Jesucristo, a todos los santos en Cristo Jesús que están en Filipos, con los obispos y diáconos: Gracia y paz a vosotros, de Dios nuestro Padre y del Señor Jesucristo. (Filipenses 1: 1, 2.)”

El título más honroso en la estima personal de Pablo era el de siervo, o más exactamente “esclavo” de Jesucristo. Nunca se sentía más grande que cuando caía a los pies de su Señor. Para un cristiano verdadero, no hay vocación mayor ni servicio más elevado que el de ser un esclavo de Dios.

Al presentarse a sí mismo como esclavo, Pablo hace referencia a una institución común en su tiempo: la esclavitud. Algunos esclavos eran prisioneros de guerra y por ende, extranjeros. Otros eran connacionales que habiendo caído en deudas, y no pudiendo pagarlas, debían entregarse como esclavos como único medio de cumplir sus compromisos. Niños, niñas y esposas eran muchas veces parte del pago. De esa manera las familias eran separadas y obligadas a trabajar muy duramente, o a soportar—mayormente las niñas y mujeres jóvenes—todo tipo de ultrajes físicos.

La esclavitud no ha terminado. Sólo ha tomado otras formas. En otros tiempos se usaban cadenas. Hoy se usan tarjetas de crédito y la promoción de un endeudamiento masivo y compulsivo. Todavía existen esclavas blancas; niños esclavos y obreros esclavos en las plantaciones de cacao, de café, de coca; inmigrantes indocumentados abusados y todo tipo de hombres, mujeres y niños que, a causa de su necesidad y falta de recursos como también de sus vicios, son reducidos a condiciones miserables de vida sólo para tener un poco de comida que llevarse a la boca cada día.

La esclavitud está basada en el egoísmo que conduce a los poderosos y fuertes a aprovecharse de los desposeídos y débiles. En el mundo civilizado hay más esclavos de lo que podemos imaginar. Y los que nos imaginamos ser libres, nos estamos alimentado y vistiendo del dolor y la sangre de millones de esclavos. ¿Te gusta el chocolate? Es muy posible que un esclavo pobre, desnudo e iletrado haya cosechado el cacao con el que se hizo ese dulce que te llevas a la boca.

La esclavitud de los africanos fue un sucio y cruel comercio por donde se lo mirara. Algunos tienen la imagen de europeos que invadían las tribus de nativos y capturaban prisioneros. Pero la verdad es que la esclavitud era ya una institución antigua en África antes de la llegada de los navegantes portugueses. En su tráfico comercial con los nativos, los comerciantes del mar compraban pieles, marfil, piedras preciosas, especies y otros bienes codiciados en Europa y daban a los nativos algunas baratijas a cambio.

Fueron los mismos nativos africanos los que comenzaron a traer a sus propios hermanos de raza a las playas para venderlos a los extranjeros. Cuando el comercio se hizo intenso por haber aumentado grandemente la demanda de esclavos en América, muchas tribus guerreaban entre sí tan sólo para hacer prisioneros que pudieran cambiarse por dinero. Estas guerras se intensificaban cuando comenzaban a verse en el horizonte los mástiles de los barcos portugueses. En las ciudades había mercados de esclavos desde tiempos antiguos. Allí llegaban los exportadores de esclavos.*

El germen de la esclavitud es parte de la naturaleza caída del hombre. Existe desde que el hombre cayó en la transgresión de la santa ley de Dios, y existirá hasta que Dios juzgue a este mundo. Dondequiera que haya hombres, siempre habrá algunos que se aprovecharán de otros. Siempre habrá quien quiera servirse de su prójimo de balde.

En verdad, todos nacemos como esclavos espirituales. Venimos a este mundo con tendencias heredadas al mal que nos inducen a pecar. Nuestra transgresión nos aparta de Dios y nos convierte en esclavos de Satanás. El pecado nos debilita y quedamos a merced del enemigo y ciegos para ver la salvación de Dios. Estaríamos perdidos sin remedio, a merced del diablo, del mundo y de la carne, si la infinita misericordia de Dios no nos hubiera socorrido.

En los días de Pablo la compra y venta de esclavos era común. Ocurría a veces que un amo malo vendía su esclavo y lo compraba un amo bondadoso. El pobre esclavo sentía que había pasado de muerte a vida y servía con amor y esmero al amo nuevo, no fuera que lo vendiera otra vez a un amo malo.

De hecho, había algunos amos buenos que llegaban a amar a sus esclavos. Y había esclavos agradecidos que llegaban a amar intensamente a sus amos bondadosos. La Biblia contiene testimonios de este tipo.

Pablo no atacó frontalmente la institución de la esclavitud, pero sembró el amor en ella. Dondequiera que el esclavo fuera amado y éste supiera responder al amor de su amo la esclavitud lo era sólo de nombre. En algunos casos, el amo daba liberad al esclavo, y éste le rogaba que le permitiera quedar con él, por cuanto lo amaba y no podía imaginar su vida lejos de él.

Pablo había venido al mundo como esclavo del mal. Pero el Señor Jesús lo había comprado al precio de su sangre sin mancha. Lo había sacado de bajo la mano de un amo cruel, que lo usaba para realizar sus perversos designios. Ahora estaba bajo la mano bondadosa de Dios, que lo guiaba para ser mensajero de paz y salvación a los que habitaban en tinieblas.

Al escribir estas palabras Pablo estaba preso, en cadenas, en una casa alquilada. Su condición de preso no difería demasiado de la condición de esclavo. Pero él era libre. Libre en Cristo. Sabía que si estaba allí, no era porque el enemigo había prevalecido contra él. Dios tenía un propósito santo en todo esto y todo era parte de un plan divino para el adelanto de su reino. Su testimonio de fe era necesario allí. Ciertamente de este sacrificio del apóstol se recogería una cosecha abundante para el reino de Dios.

Hay, hoy en día, niños forzados a trabajar duro para sus amos opresores; hay esclavas blancas que anhelan desde lo más profundo de sus almas escapar del prostíbulo y de las garras de sus explotadores; hay obreros que languidecen en plantaciones hundidas en lo profundo de la selva, donde no hay justicia que los ampare; hay esclavos del alcohol y de adicciones químicas forzados a delinquir o a prostituirse a fin de recibir más alcohol y drogas; hay ancianos tratados miserablemente; la lista no tendría fin. Pero añadiré algo más: Tú y yo somos esclavos de Satanas, arrastrados al mal y a la perdición sin remedio, en nuestra condición natural.

Pero hay en los cielos un amo bueno, que puede redimirnos. El ya pagó el precio de nuestra redención. Sólo espera que creamos en él y en su obra, y bajemos confiadamente del tablado para convertirnos en esclavos de su amor infinito. El quiere llevarnos a su hogar, donde ha ido a preparar un lugar para nosotros. A una tierra donde ya no habrá muerte, ni más llanto, ni clamor, ni dolor, porque todas estas cosas habrán pasado.

No dudes, confía en él. Sé un esclavo de Jesucristo.

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*Léase en este sitio “La Esclavitud de los Negros Africanos.” Estudio de Jesús María García Añoveros sobre antiguos escritos de Luis de Molina: http://pastorcarlosperrone.com/notas-y-articulos/la-esclavitud-de-los-negros-africanos/

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