Si la Verdad fuera monopolio de los letrados, todos los iletrados estarían condenados al error. Si la salvación fuera sólo para los grandes, no habría esperanza para los pequeños.
No, la verdad es sencilla, está al alcance de todos y conlleva su propia evidencia.
Todos pueden conocer la verdad, aun el hombre de pocas luces. Porque la verdad no es un enunciado teológico, ni una filosofía, sino una persona: Jesucristo. Y para llegar a Jesús sólo se necesita fe, y cualquiera puede tener fe si lo desea.
Jesús nunca se tomó el trabajo de demostrar que la Verdad es verdad. Sencillamente predicó la Verdad. No se presentó ante las multitudes con sofisticada erudición sino con las palabras más simples. Hasta un niño podía entenderlo.
La Verdad era él mismo. Debía dar evidencias a la gente de que él era el Hijo de Dios, el Salvador del mundo. Por eso presentó el Evangelio del amor y ofreció la paz que sólo proviene de Dios.
Sanó multitud de enfermos, los cuales, a su tiempo, murieron de todos modos. Su objetivo al sanar no era tanto aliviar el dolor por un poco de tiempo, sino dar a entender que el poder de Dios obraba en él y que podía salvar eternamente a los que creyeran en él.
Todo el que ve a Jesús percibe de inmediato que en él hay un poder especial. Puede notar que la luz y la paz del Cielo están en él y que el oír sus palabras trae paz y esperanza al corazón. Todo el que sinceramente busca la Verdad la encuentra en Jesús.
Juan 3:19 “Y esta es la condenación: que la luz vino al mundo, y los hombres amaron más las tinieblas que la luz, porque sus obras eran malas.20 Porque todo aquel que hace lo malo, aborrece la luz y no viene a la luz, para que sus obras no sean reprendidas.21 Mas el que practica la verdad viene a la luz, para que sea manifiesto que sus obras son hechas en Dios”.
La segunda evidencia es el fruto: “Por sus frutos los conoceréis” Los frutos de una fe sincera son innegables y son la evidencia más fuerte que existe en favor de la Verdad que fue recibida por la fe.
En estos días están apareciendo falsos profetas y maestros entre nosotros que procuran de diversas maneras sacarnos de nuestra seguridad para hacernos dudar de la Verdad que siempre hemos creído. Vienen a nosotros con suaves palabras, afectando humildad y seducen a los indoctos e inconstantes que están listos para aceptar algún error agradable.
Necesitamos estudiar más nuestras Biblias a fin de afirmarnos en la Verdad. Como la serpiente antigua se acercan quedamente a nosotros con la pregunta: “¿Conque Dios os ha dicho. . .?” Y luego meten su dardo envenenado: “¡No morirés!”
No lo olvidéis: La Verdad es sencilla. Desconfiad de todo aquel que viene con sofisticados argumentos difíciles de entender y con cataratas de palabras en griego y en hebreo. ¡La Verdad no necesita de tales fuegos artificiales! Jesús presentó la verdad con palabras que no podrían ser más sencillas.
Por sus frutos los conoceréis. Estos pretendidos santos no son tales. Su propia boca los condena al apartarse del claro “Así dice Jehová”. Sus vidas personales están lejos de ser santas. Practican el pecado en diversas formas por cuanto el poder del Espíritu no está en ellos. Hablan de la Gracia, pero no tienen la menor idea de lo que la Gracia es. Apartémonos de sus caminos.