Capítulo VI
Supongamos que estás tranquilo en tu casa y oyes que alguien llama a tu puerta. Vas a atender, y al abrir te encuentras con un hombre de rostro siniestro que te dice con voz ronca y agresiva: “Vine para hablar con usted. Déjeme entrar.” ¿Qué harías tú, le permitirías entrar en tu casa? ¿O más bien le echarías la puerta en la cara y trabarías la puerta por dentro?
Imaginemos ahora otra escena. En plena calle un hombre se acerca a ti con un maletín en su mano izquierda y un libro en su mano derecha. Un tanto nervioso y apocado te pregunta: “¿Señor, no me compra un libro?” ¿Cuántos libros crees que comprarías después de tal presentación?
Otro caso: tú eres el dueño de una empresa y has puesto un aviso en el periódico local solicitando mano de obra. Entre los muchos candidatos que se presentan llega una mujer frágil y de aspecto enfermizo que te dice. “Señor, por favor, deme trabajo, yo soy una mujer enferma, necesito dinero para mis remedios y nadie me quiere emplear.” ¿Tomarías como empleada a esa mujer enferma y con grandes limitaciones en lo referente al trabajo? ¿A dónde iría a parar tu empresa si todos, o un número de tus empleados fueran personas enfermas, incapaces de dar la producción requerida? ¿No tratarías más bien de ayudarla a encontrar servicios sociales que pudieran atender su necesidad y tú mismo le darías algún dinero para sus remedios?
En estos tres ejemplos hemos visto tres personas que llegan buscando algo, pero que fallan en la manera de aproximarse a ti. Los expertos en ventas saben muy bien cómo aproximarse al posible comprador. Han recibido instrucción específica y han practicado cada parte del proceso de la venta en el aula de clases simulando venderse el producto unos a otros. Dicha instrucción se basa en principios sicológicos claramente establecidos que, debidamente usados, permiten llegar al corazón de las personas, para despertar en ellas confianza en el vendedor y en el producto que éste les ofrece. En verdad, el comprador compra primero el vendedor, y luego el producto. Si dudan del vendedor, dudarán también del producto.
Toda empresa que se respete ciertamente contratará los servicios de un experto en relaciones públicas para que instruya a su personal en la forma más apropiada de tratar con el cliente, y cómo expresarse en avisos publicitarios, materiales impresos y sitios de internet entre otras cosas, de modo de presentar la imagen más favorable de la empresa.
Una imagen favorable incluye: Interés real en los intereses del cliente y un trato cordial que refleje sencillez y humildad de parte de la empresa, una disposición pronta para hacer la segunda milla. Los clientes comprarán la empresa primero, y luego el producto.
Dijo el Señor Jesús que “los hijos de este siglo son más sagaces en el trato con sus semejantes que los hijos de luz.” (Lucas 16:8.) Esta es una grande y penosa verdad. Los mundanos pueden ofrecer vil metal como si fuera oro, y lo hacen con habilidad y entusiasmo convincentes. Muchas veces los cristianos ofrecemos oro puro con si fuera vil metal y lo hacemos de cualquier manera y sin entusiasmo alguno.
Los hijos de Dios tenemos los tesoros inescrutables de la gracia de Dios en Cristo Jesús. No hay en el universo entero instrumento alguno de medición que pueda expresar en cifras la anchura, la longitud, la profundidad y la altura del don de Dios en Cristo Jesús. ¿De qué manera ofrecemos nuestro producto? ¿Perciben nuestros oyentes la grandiosidad de nuestra fe y el calor inefable de un amor que no tiene igual? ¿Sentimos la necesidad de esmerarnos en la forma de presentarlo, o nos conformamos con hacerlo en una forma descuidada y mediocre?
Como en el caso de la venta de un producto material, tus oyentes deben primero comprarte a ti y luego comprarán tu producto espiritual. Dicho de otra manera: deben primero ver en ti un cristiano cabal, luego recibirán tu mensaje. Debes abrirte camino hacia su corazón mediante un genuino espíritu de servicio a ellos y de un trato amable y humilde. Este era el método de Jesús. Siendo el Señor, se acercaba a los pobres y miserables seres humanos con el espíritu de un siervo y la ternura de un hermano amante.
En este capítulo uniremos las características del predicador idóneo con el orden más apropiado en la presentación del tema. Nuestro propósito es que el oyente nos reciba como mensajeros auténticos en primer lugar, y que luego reciba nuestro mensaje como venido del Cielo.
Aprendí muy bien estos principios cuando era colportor (esto es: vendedor de Biblias y libros cristianos de casa en casa.) Mi nombre figuraba entre los primeros en ventas. Llegué a dominar tanto esta técnica y la hice tan mía en el temor del Señor, que llegó a modelar mi carácter en mi trato con otras personas. Llegó a ser más tarde la clave de mi habilidad en el ministerio pastoral, para conquistar la confianza de mis oyentes y despertar su interés en el mensaje de Dios.
Estos principios suelen concretarse en los siete pasos de la entrevista. Los siete pasos son como sigue.
1.- Preaproximación
2.- Saludo
3.- Punto de contacto
4.- Presentación
5.- Cierre
6.- Decisión
7.- Despedida
Los tres primeros pasos son previos al sermón mismo. Los siguientes tres pertenecen al sermón. El último, es decir, la despedida, es inmediatamente posterior al sermón.
Veamos una breve descripción de cada punto en relación con el predicador y su mensaje:
1.- Preaproximación: Es la preparación personal del predicador para encontrarse con sus oyentes. Esta preparación es totalmente personal y, podemos decir que es un elemento paralelo a la preparación formal del sermón. Consiste, en primer lugar, en desarrollar un genuino amor por sus futuros oyentes en su interior. Esto no está en nosotros. Es un don de Dios que se recibe mediante la oración. Si somos incapaces de orar y recibir el amor de Cristo, nuestra predicación será un fracaso desde el mismo comienzo.
Obtenido este amor, el segundo paso será obtener un conocimiento real y práctico de la congregación: sus peculiaridades, sus méritos, sus objetivos, su servicio al Señor, sus necesidades más apremiantes, etc. Al presentarse el predicador delante de la congregación, es imprescindible que sepa todo lo posible acerca de ella y se haga parte de ella. Por esta misma razón Jesús se hizo hombre y habitó entre nosotros y vino a ser nuestro hermano.
2.- Saludo: En ventas se suele llamar al saludo “La llave de la entrevista.” En nuestro caso diríamos que el saludo del predicador a la congregación es la llave del sermón.
Los dos elementos fundamentales del saludo a la congregación son: Amor fraternal y Transparencia.
Amor fraternal: El predicador que realizó una adecuada preaproximación tendrá deseos de estar frente a la congregación. Ya los hizo sus amigos. Los ama de corazón. Siente que tiene algo precioso para ellos. Los servicios previos del culto divino se le hacen largos, porque no ve las horas de estar frente a sus amados hermanos.
Transparencia: No debe haber agendas ocultas en el corazón del predicador. Todo pensamiento o sentimiento egoísta debe ser quitado de la mente por el poder de Dios. Su único propósito debe ser el de bendecir a su audiencia, sin esperar nada a cambio. En el saludo, el predicador debe abrir su corazón a la congregación y dejar que el amor de Dios fluya naturalmente. No hay cabida para resentimientos ni para el orgullo herido a la hora de predicar. Sé, por la experiencia de los años como predicador y pastor, que el ministro de Dios es demasiado frecuentemente blanco de habladurías maliciosas cuando no de ataques abiertos por parte de algunos “santos” convertidos a medias. El que presenta la Palabra debe ponerse por encima de todas estas agresiones mediante el poder de Dios y nunca dejar que su mensaje se vea afectado negativamente por ellas.
El yo debe ser escondido en Cristo y sólo el Señor debe resplandecer. Bien se ha dicho que lo que sale del corazón llega al corazón. Esta actitud de renuncia propia se reflejará en el rostro y la mirada del predicador y la persona verá en él transparencia, es decir, que todo es claro en él y que habla con absoluta sinceridad, sin sombras de malicia o intenciones ocultas.
Cuando llega su turno, se acerca al púlpito con prontitud y sencillez y sus primeras palabras son un saludo afectuoso a esa congregación que aprendió a amar a los pies de Jesús. Su saludo estará saturado de amor sincero y humildad de siervo. Dirá algo así como: “Mis hermanos amados, estoy feliz de estar con ustedes esta mañana. Me siento honrado por el privilegio de partir con ustedes el pan espiritual. Deseo de corazón que puedan regresar a sus casas renovados y fortalecidos por la Palabra de Dios.”
Nota que esta fórmula es breve, formada con frases cortas y directas, sin rodeos. En ella no hay exaltación del yo, sino de la Palabra de Dios.
Un rostro radiante de amor sincero y unas pocas palabras de simpatía y buenos deseos, harán que, desde el mismo comienzo, el predicador se meta a toda la congregación en el bolsillo. Los habrá ganado para su persona. Todos están dispuestos a oírle por la vía de la simpatía mutua. Podrá ahora el predicador elevar todos los ojos que lo miran, de su persona, a la persona divina de Jesús.
3.- Punto de contacto: El saludo abrió un camino al corazón del oyente. Él está dispuesto a oír al predicador porque le cayó simpático. Ahora el predicador debe establecer un punto en común con la congregación que convierta la inicial simpatía en identificación y amistad de parte del oyente. El saludo abrió una puerta. El punto de contacto establecerá un lazo de intereses comunes y confianza mutua.
Esto es, justamente, lo que hizo Jesús. No se conformó con expresar su simpatía a los seres humanos a través de los profetas. Estableció contacto con sus oyentes. Se hizo carne y habitó entre nosotros y así pudimos ver su gloria.
La clave del punto de contacto es mostrar aprecio sincero por algo que la congregación tiene y que considera de importancia. Jesús mostró su aprecio por nuestras almas, muriendo en una cruz.
En mi ministerio como colportor, llegué cerca del mediodía a una casa sencilla. Me atendió la dueña de casa con simpatía. Me interesé en sus niños y ella se sintió halagada. Le presenté el libro que llevaba y ella mostró vivo interés en él. En eso llegó el esposo para el almuerzo. Venía con su uniforme de trabajo de la fábrica y tenía poco tiempo para comer y regresar. Era un hombre alto, fuerte, delgado. Cuando me vio allí dentro conversando con la esposa y los niños me preguntó con cierta aspereza: “Y usted, amigo, qué anda haciendo por acá.” La señora quiso explicarle que yo vendía un libro muy importante que a ella le gustaría tener. “No hay plata para libros.” Fue la seca y poco amable respuesta.
Yo me había aprendido muy bien la técnica del punto de contacto. Había llegado a este caballero por recomendación de un amigo suyo que me habló algo acerca de él. Yo sabía que este hombre era famoso por los perros de caza que criaba. De modo que, ignorando su áspera respuesta le dije: “Estuve conversando con su amigo Fulano de Tal quien me dijo que usted cría los mejores perros de caza de esta ciudad.”
Como tocado por una varita mágica el hombre sonrió, olvidó lo de los libros y me dijo: “¿Quiere verlos?” “¡Naturalmente!” respondí con el interés pintado en mi rostro. “Venga” me dijo, y me llevó al patio trasero donde tenía un lugar cerrado con malla metálica y dentro de él unos sabuesos preciosos. Le preguntaba acerca de ellos y aquel hombre me respondía con el rostro encendido de gozo. De pronto la esposa lo llamó a comer advirtiéndole que se le hacía tarde.
“Tengo que dejarlo,” se disculpó apenado, y añadió: “¿Cómo era el asunto del libro?” “Oh, sí,” respondí, “por favor, firme aquí.” Firmó sin preguntar nada y se sentó a comer apresuradamente. Saludé y me retiré.
¿Qué había sucedido en la entrevista? Claramente el hombre confiaba en el buen juicio de su esposa y quería complacerla. Pero no me conocía a mí, y temía que su esposa fuera engañada por un charlatán saca plata. Pero al tener una vislumbre de mi persona a través de mi punto de contacto en relación con sus valiosos perros, mi aprecio sincero y mis elogios hacia algo que él amaba mucho, llegó a confiar en mí. Vio que no era un charlatán sino un hombre que traía un beneficio a su casa.
Toda congregación tiene algo bueno y de suma importancia para ellos. Puede ser una próxima campaña evangelizadora, la construcción de un templo propio, una obra nueva que están comenzando con esfuerzo en otro barrio de la ciudad o en un pueblo vecino, la iniciación de su escuela de iglesia, una representación dramatizada del nacimiento de Jesús que llevarán a cabo en un lugar público, un programa de salud para la comunidad, etc. Saber estas cosas de antemano da al predicador la ocasión de mostrar aprecio por lo que están haciendo y de animarlos en el nombre del Señor.
Puede ser también que toda la congregación esté triste por el fallecimiento de un miembro muy querido. En este caso, el predicador deberá extender sus condolencias a los allegados al difunto y luego a la congregación entera. Este gesto sencillo, expresado en pocas y sentidas palabras, tendrá el poder de hacer que la congregación vea al predicador como un hermano suyo.
Estaba, junto con mi esposa, en el trajín de empacar para trasladarme a un nuevo distrito pastoral. En eso llegó un hombre que no era miembro de mi iglesia con el siguiente pedido: “Pastor, mi padre está agonizando penosamente. No tiene remedio, va a morir de todos modos, pero no queremos verlo en esa dolorosa condición. Quizá necesita una oración para descansar en paz. ¿Podría usted venir con nosotros al hospital?” Al punto dejé de empacar y fui con ellos.
El enfermo era un hombre en sus sesentas. Jadeaba penosamente. Hijos, hijas, nietos y nietas estaban allí, acompañándolo en sus últimos momentos y confortando el corazón de la esposa de aquel hombre. Me puse junto a la cabecera de la cama y les hablé de la gloriosa esperanza de vida eterna en Cristo Jesús. Al hablar me dirigía también al enfermo, pensando que quizá él también podría escucharme. Al momento de la oración les dije que oraría en primer lugar por el enfermo, pidiendo para él el reposo en el Señor, y luego por todos los presentes. Así lo hice. Al terminar de orar por el enfermo comencé a oír sollozos. Luego los sollozos fueron en aumento. Terminada la oración, todos rompieron a llorar de un modo sentido y sereno. Mi ruego había sido oído en lo alto, y el agonizante había fallecido tan pronto yo había rogado por su descanso. Conmovido por la pronta respuesta del Señor y por el dolor de los presentes, yo también lloré con ellos.
Es un hecho extraño en la vida de un pastor el orar para que alguien muera. Pero éste fue el caso, y el Señor mostró su misericordia dándole descanso en la gloriosa esperanza a aquel hombre agonizante. Uno de los hijos se acercó luego a mí conmovido y me dijo: “Muchas gracias por haber venido, pastor, muchas gracias por sus palabras y su oración. Lo hemos sentido a usted como uno de nosotros, participando de nuestra pena.”
Debemos alegrarnos con el que se alegra y llorar con el que llora. Si somos sinceros y obramos en el temor y amor del Señor, nuestros oyentes nos recibirán como uno de ellos.
Esta es la función del punto de contacto: crear un puente de simpatía entre el corazón de oyente y el nuestro. La predicación es un diálogo santo de corazón a corazón o no es nada.
4.- La presentación del tema: El puente de simpatía, confianza e identificación ha sido tendido. Predicador y oyentes están unidos en el amor de Cristo. Ahora, y no antes, es el momento de presentarles la palabra de Dios.
Mantenimiento del interés: ¿Por qué algunos predicadores son interesantes y otros aburridos? Porque unos ponen a trabajar la mente del oyente. Otros, en cambio, se limitan a presentar una monótona serie de declaraciones a mentes desmotivadas que no pueden seguirlo.
Piensa en las grandes obras de la música. No son monótonas. Se dividen en movimientos. Cada movimiento tiene un tiempo diferente. Veamos, a modo de ejemplo, la famosa Sinfonía N° 40 en sol menor de Mozart:
- Primer movimiento: Molto allegro. Muy Rápido
- Segundo movimiento: Andante. Sereno y con movimiento
- Tercer movimiento: Menuetto – Trio. En tiempo de minué (vals)
- Cuarto movimiento: Allegro assai. Bastante rápido
Esto obedece a una peculiaridad de la mente humana. Una obra de 40 minutos de duración tocada toda al mismo ritmo o tempo se tornaría aburrida. La constitución mental emocional de los oyentes requiere cambios en el tempo y en el sentimiento sugerido por la música. Un movimiento puede tener un tenor emocional dramático, o patético, pacífico, nervioso, de ensueño, contemplativo, violento, etc.
De la misma manera un sermón debería ofrecer diferencias de énfasis y de sentimiento para hacerse atractivo y fácil de seguir por el oyente. Pero no te preocupes, no necesitas ser un compositor famoso para predicar un sermón. Sólo necesitas poner atención a un par de aspectos importantes: La tensión emotiva del tema en sí mismo y una secuencia lógica de sugestiones encaminadas a una decisión final positiva.
La tensión emotiva del tema en sí mismo: Si el tema está claro en tu mente y tu corazón, la presentación del mismo conmoverá tu corazón. Y los oyentes percibirán tu emoción y se identificarán con ella. En la medida en que tu relación con Dios sea fuerte y vivas con intensidad lo que predicas, tus emociones reflejarán las emociones de Dios, las que, por naturaleza, estarán ligadas a tu texto bíblico.
Secuencia lógica de sugestiones: Asumido lo dicho anteriormente, es necesario que la mente se una al corazón a fin de dar profundidad al sentimiento y luz a la razón. En mi experiencia de años en el púlpito he visto muy conveniente el siguiente orden en el manejo de los argumentos y las emociones:
1.- Comienzo del tema (Introducción, texto y proposición): Tono sereno, hablar pausado y palabras que vayan creando inquietudes y preguntas en la mente del oyente.
2.- Comenzando el desarrollo del tema: Suelo presentar la parte oscura o negativa del tema primero. Esta parte está destinada a crear alerta o alarma respecto de las consecuencias de no seguir el camino del Señor. Esta alarma conduce a un clímax emotivo dramático en espera de una palabra de esperanza.
3.- La última parte del tema: Se presenta la parte positiva del mensaje. Se ofrece la solución a las situaciones planteadas, esto es: Jesús. El pueblo siente el alivio provisto por la solución y se va llenando de un gozo creciente, a medida que Cristo le es presentado claramente como la Esperanza Suprema.
Esta parte no debe extenderse mucho, ya que la impresión podría desvanecerse si se va más allá del clímax emotivo gozoso. Un poco antes de llegar al clímax debe capitalizarse el entusiasmo creado invitando al pueblo a decidirse por Cristo y Sus enseñanzas.
4.- Al efectuarse el llamado: A medida que los fieles van exteriorizando su decisión por Cristo, el espíritu va profundizándose en un gozo interno lleno de agradecimiento a Dios por la bendición recibida. La toma de una decisión por parte del oyente fija la convicción en la mente y el corazón y pone en acción las energías del alma.
5.- Sin más, con la oración de consagración del llamado, debe cerrarse el sermón con un himno u oración final. El predicador se despide con algunas pocas palabras de bendición y buenos deseos y deja el púlpito. Su despedida debe incluir unas pocas palabras de encomio o felicitación por haber hecho una decisión sabia. Puede haber un himno final y una bendición. El oyente debe salir del santuario con toda la bendición recibida consigo. En este momento están fuera de lugar los anuncios o todo asunto que pueda distraer al fiel de la impresión recibida. El Señor está escribiendo la verdad oída y aceptada en cada corazón. No debemos perturbar la obra del Espíritu.
Con toda seguridad, un buen tema apropiadamente conducido producirá una explosión de gozo en los creyentes que salen del santuario. Habrá alegría en todos los rostros y se respirará una atmósfera celestial entre los que se saludan para regresar a sus casas.
Resumiendo lo dicho: El tono sereno del comienzo debe contener sugestiones intrigantes, que despierten curiosidad e interés en el oyente por lo que se va a decir.
El tono dramático que le sigue, al presentar las terribles consecuencias de seguir los impulsos de la naturaleza humana caída, debe sugerir alarma.
La última parte del tema, al presentar la solución soberana en Cristo Jesús, trae gozo a los corazones.
El llamado oportuno concreta el propósito del sermón en decisiones para Cristo.
Un cierre del programa sin rodeos y sin interferencias, conservará la bendición en los corazones.
Fin del capítulo VI
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