Celia R. de Samojluk

Mi fuerza

Señor, en estas duras pruebas de la vida

me acompañas diariamente, sin cesar,

y no existen ni pesas ni medidas

que traben tu inefable forma de amar.

.

Si no hubiera encontrado tu compañía

en este mi triste y diario peregrinar,

viviría tan angustiada cada día

que nadie me podría consolar.

.

Pero siento que puedo presentarte

Mi dura pena, mi indómito pesar,

Y que siempre tu puedes consolarme

E inspirarme valor para triunfar.

.

Por eso te agradezco, Señor, tu guía.

Y me siento tan confiada a tu lado.

Por eso te agradezco mi alegría

Que tiene un profundo significado.

.

Y te alabo de noche y aún de mañana,

y al mediodía no detengo el canto

porque me siento entera y soberana.

¡Y esta, mi fuerza, es que me quieras tanto!

.

Orar
(Sal. 55: 17)

Orar.
Orar en esta calma matutina;
Sentir que el río, la pradera, el árbol,
Hermanos son para alabarte quedo;
Y las aves alegres que con sus trinos
Te elevan su guirnalda cantarina,
Llenan el alma de paz tan sacrosanta
Que describirla entera yo no puedo.

Orar.
Oír suavemente la voz de Dios
En medio de la esplendente joyería
Que las livianas gotas de rocío
Desgranan en las plantas del jardín,
Y saber que esta aurora reluciente,
Magnífica de vida y de color,
Volverá a brillar mañana, aún mejor.

Orar.
¡Orar a Ti, el inaccesible…
Al alcance de todo humano corazón!
¡Saber que tú, mi Rey Creador,
Tu me comprendes con infinito amor
Y que todos los yerros que me afean
Borrados podrán ser gratuitamente,
De tu poder al influjo redentor!

¡Orar!
Orar a ti humildemente,
Cada día orar a ti, al comenzar,
Recibiendo del contacto de tu mente,
Fuerza y vigor para vivir el día,
En paz, en plenitud, en armonía,
Y el ansia de hacerlo, únicamente,
Para tu santo nombre poder honrar.

 

Alma creyente

Mi alma creyente te piensa en poesías.
Y te percibe cerca y te imagina lejos
Como en un mar amplio de grandes espejos;
Como en un jardín pequeño, lleno de ambrosía.
Te pienso en el pesebre, te sueño como niño
Y emerges bautizado del agua del Jordán.
Te veo predicando, multiplicando el pan
Y sanando leprosos que vienen y se van.
Te veo invitando los hombres a creer,
Resucitando muertos que volverán a ser.
Y te veo en la cena de aquel atardecer
Con doce ilusionados de verte como rey.
Y te admiro juzgado por hombres en pecado,
Por los propios judíos que no te reconocen
Y por tus hermanos, que te han condenado.
Y vas hacia el calvario en medio del gentío
Sufriendo por el mundo que no te desea,
Y por cada ser humano repleto de hastío.
Dispuesto a dar la vida. Dispuesto a la odisea.
Y ya mis lágrimas caen y opacan la escena,
Porque verte insultado, pendiendo de la cruz,
Me quita los colores, las sombras y la luz.
¡Ahora tu voz divina exclama: ¡Consumado es!
El cielo se conmueve y la tierra tiembla.
Densa oscuridad se derrama en el acto
Y una mano celeste rasga el velo del templo
Desde arriba hasta abajo, terminando una era.

Y ahora, Maestro, vivimos en una era loca,
Donde todo, todo vale y nadie te invoca.
Y a veces, ni aquellos que somos cristianos
Osamos imitarte y obrar como hermanos.
¡Señala en nosotros las marcas del pecado!
¡Sacude las entrañas que no te han imitado!
Y perdónanos, Padre, con tu perdón sagrado.
Que podamos gozarnos por el rescate obrado.
¡Y agradecerte siempre el amor demostrado!
¡Pues por nosotros fuiste el Gran Crucificado!
Y, también por nosotros ¡El Gran Resucitado!

Febrero 2010

 

Junto al pozo

(Juan 4: 1-42)

El sol derramaba sus calientes rayos
Sobre el arenoso camino, en Sicar,
Y ella guarecida en amplios rebozos
Su cántaro de agua venía a buscar.

El calor dolía en los cuerpos resecos
Y el santo viajero se echó a reposar.
Pronto ella se acerca, con pasos silentes,
Palpitando de dudas y negro pesar.

Esa mala vida que ha llevado siempre
Abunda en durezas y horas malditas.
Hay sólo amarguras y lágrimas que pesan.
Dudas indecibles que el amor no edita.

Y aunque entre judíos y samaritanos
El tiempo no puede la brecha arreglar.
Es el Nazareno quien agua le pide
Para que así, ella su sed pueda calmar.

“Pero yo soy una mujer samaritana”
Responde con obtuso desconfiar…
(Y el agua dulce titila suspendida
Entre él y la mujer al conversar).

El le describe su vida pecadora,
Sin ofenderla, más haciéndola pensar.
Y ella siente que él es un profeta
Y vuelve al pueblo para atestiguar.

El le ha dado a beber agua de vida
Y su vida ha podido transformar.
Ella rebosa toda de santa alegría
Y su gran gozo quiere promulgar.

Cegados por prejuicios ancestrales
Los discípulos no alcanzan a entender.
Más Jesús con palabras magistrales
Su misión de amor infinito les hace ver.

Todavía su grupo, no despierta.
Tenían que terminar de comprender
Que Jesús cumplía aquí en la tierra
Lo que el Padre le había pedido hacer.

Dos días les predica allí en Samaria
Y ellos, creyendo, llegan a decir:
“Este es el Cristo, éste es el Mesías.
Solo El, realmente, nos puede redimir”.
……………………………………….
Somos los discípulos del tiempo presente
Y tenemos la gran tarea para terminar.
¿Qué impide que ahora, con fe ferviente,
Salgamos con entusiasmo a predicar?

¿Qué nos detiene en visitar vecinos
Y convidarlos con el Divino Pan?
¿No será que tenemos que postrarnos
Y entregarnos completamente a Dios?

¿No será que tenemos que estudiarnos,
Revisar nuestras vidas con toda humildad,
Y como de nosotros no podemos fiarnos,
Aceptar su Espíritu para santidad?

Hagamos nuestra entrega inmediatamente.
Los tiempos palpitan de temas urgentes,
Su misericordia todavía hoy nos llama,
¡Acudamos prestos ante el Salvador!

Mayo- 2010

 

Falta una cosa más

( San Mateo 19: 16 – 22)

Era una tarde clara del otoño…
El camino, los árboles, la gente
Que de todos los puntos concurría
Para oírte hablar tan sabiamente…
Y yo, joven y alegre, rico,
Con mi cielo estrellado de ilusiones,
Quise escuchar tu verba tan mentada
Y me acerqué a la gente que pasaba.

Al fin te detuviste; un tronco añejo
Te servía de púlpito y sitial,
Aromas y rumores transitaban
Tu frente pura y celestial.
Cerca yo me senté; atento siempre
Tu prédica escuché, ávida,
Largamente… ¡Y qué profunda
Que tu palabra fue!

No pude contenerme. Me acerqué
Y mi pregunta (hoy tan conocida)
Ansioso te espeté:
“Señor, ¿qué bien haré para ser salvo
Si todo esto desde niño guardé?”
Y tú, mirándome profundamente,
Me cubriste de amor para decirme
Solemnemente: “Falta una cosa más”.
“Falta una cosa, mi querido hijo,
Falta una cosa más. Lo más pequeño
Pero lo más grande, ¿serás tu capaz?”
–luego dijiste—“Vende lo que tienes,
Y derrama doquier, tus dádivas
Prodiga a manos llenas…
Si las quieres mas tarde
Volver a recoger”.

Mudo quedé. Algo muy fuerte
Y muy profundo de mi ser se apropió:
“¡Señor, no puede ser! ¿Cómo pretendes
Que yo todo lo de… para los pobres?
¡Señor, no puede ser! Si tu me lo pidieras
Todo, todo para entregártelo a ti,
Corriendo a mis graneros llegaría
Para ofrecerlos aquí”.

“Pero sucios y harapientos pordioseros
No me gustan a mí.
Su aliento huele a todas las miserias;
Su mirada es patética y febril…
¡Señor, qué triste que me quedo!
No puedo comprender, me creía
Tan cerca ya del cielo… y me pides…
Al pobre socorrer…”.
………………………………………………..
Y triste, el pobre joven se alejó,
Para unirse otra vez a sus miserias,
–riquezas creía él—y el camino de otoño,
nuevamente, solitario quedó.
Julio, 1968, Rivera, Uruguay

 

Celia R. de Samojluk

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