Como el agua que brota de la peña,
fresca, generosa y pura.
Como el agua, así eres tú, mi niña amada.

Tus ojos, como la aurora,
llenos son de destellos cada día.
Como el sol sobre el rocío. . .

Tus manos, son dos perlas,
con maneras cortesanas.
Manos de reina son tus manos.

Tu voz, brillante y armoniosa.
Es amante e imponente,
como la voz de un ángel.

Toda tú eres hermosa, hijita mía.
Tu corazón, en medio de tu pecho, es una gema.
corona de amor es tu alma entera.

No veo en mí mérito alguno
por el gozo que hallo en ti, mi vida.
Don del Cielo me eres tú, que no merezco.

Con tu amor infatigable por tus niños,
con tu renuncia y tus desvelos,
te veo caminar tras los pies del Nazareno.

Los pesares no te quitan la esperanza
Ni enfrían tu amor las frustraciones.
Porque esperas en Dios, nada te espanta.

El día viene, y no se tarda,
cuando verás el fruto de tu afán penoso.
Y nada ni nadie empañará tu gozo.

Te sentarás entonces a los pies del que ha vencido
y oirás de sus labios palabras inefables.
Y verás sus manos y sus pies heridos.

Y vendrán a ti tus hijos, y muchos redimidos,
y te dirán ¡bendita eres de Dios, madre y hermana,
y bendito es el Señor que nos puso en tu camino!

Carlos Perrone
(3 de enero de 2009. Pickering, Ontario, Canadá)

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