Si podemos pensar en un mal mayor que otro, éste es, seguramente, el de la ignorancia voluntaria.
En mi experiencia de cristiano y pastor me he encontrado una y otra vez con personas que me dicen: “No nos hable de Dios, por favor, no queremos oír.”
“La Biblia es un libro peligroso–suelen decir–le pone a uno la cabeza loca.” Se sienten fuertemente impresionados por las verdades bíblicas que reprenden sus pecados y les da miedo oír. Y el terror del juicio los pone locos.
“Estos ignoran voluntariamente que en el tiempo antiguo fueron hechos por la palabra de Dios los cielos y también la tierra, que proviene del agua y por el agua subsiste, por lo cual el mundo de entonces pereció anegado en agua.
“Pero los cielos y la tierra que existen ahora están reservados por la misma palabra, guardados para el fuego en el día del juicio y de la perdición de los hombres impíos.” (2 Pedro 3: 5-7.)
Estos ignorantes voluntarios no quieren saber que Dios es el Creador de todas las cosas, que todas las cosas están bajo su control y que un día destruirá todas las cosas. No quieren saber que Dios tiene autoridad sobre ellos y que un día los llamará a juicio. No quieren pensar que son responsables de sus actos ante un Dios Santo y Justo. Son ignorantes voluntarios. No quieren saber.
¡Duro trabajo echan sobre sus espaldas estos ignorantes voluntarios! Se han propuesto ignorar lo que es tan claro a sus propios ojos como la luz del día ¿Cómo pueden ignorar al Dios amante que les habla en el aire, el sol y la lluvia? ¿Cómo ignorar su voz en rumor del arroyo y el canto de las aves? Dios nos habla de muchas maneras todo el día. ¡Penosa carga ha de ser el cerrar los oídos a su voz que nos habla de continuo y los ojos a su luz que resplandece por doquiera!
Pero el día del Señor vendrá para ellos como ladrón en la noche, porque prefirieron y decidieron ignorar el tiempo de su venida. ¡Líbrenos el Señor de convertirnos en ignorantes voluntarios!
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